Hablad en cristiano: la lengua como problema
(fragmentos)
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¿Te das
cuenta, amigo, que la gente a la que no le gusta que se hable, se escriba o se
piense en catalán es la misma gente a la que no le gusta que se hable, se
escriba o se piense? (1).
Fíjate que me parece que no voy a
perder tiempo, ni a hacértelo perder, refutando en esta carta esa ridícula
cantinela que habrás oído y que se desmiente a sí misma de que “en Catalunya no se habla ni se puede
hablar en castellano”, pues las idioteces son para los idiotas y tú y yo,
amigo, tenemos cosas serias de las que hablar. Bien es cierto, no obstante,
como digo en la frase de cabecera, que “la
gente cree lo que quiere creer”.
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Mayor enjundia tiene, me
parece, la controversia respecto a si el castellano es una lengua impuesta o,
por el contrario, es una lengua que hemos
adoptado voluntaria y espontáneamente todos los pueblos que convivimos
en la piel de toro.
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Ya sé que suena como tonto
eso de que catalanes, vascos, gallegos, aragoneses, astures… hemos adoptado
espontáneamente, con alegría e ilusión, la lengua castellana para entendernos,
porque hasta que llegaron los borbones aquí no se entendía nadie y vivíamos
todos los pueblos peninsulares cerrados en nosotros mismos, aislados del resto
por las insalvables barreras que constituían
las lenguas dispares que hablábamos. Sí, ¿verdad?, suena como tonto. Y
sin embargo voces hay, y acreditadas en sus campos, que así lo afirman, sin
rubor, confiando, seguramente, en que sus lectores sean más bien de corto
recorrido historiográfico. Sin ir más
lejos el académico Arturo Pérez Reverte (3) en uno de sus artículos de la serie
“Una Historia de España”, concretamente en el numerado como XXI (4) mantiene
que las otras lenguas españolas mantuvieron su uso doméstico, familiar y rural
en sus respectivas zonas, “mientras que
la lengua de uso general, castellana en nuestro caso, se convertía en la de los
negocios, el comercio, la administración, la cultura; la que quienes deseaban
prosperar, hacer fortuna, instruirse, viajar e intercambiar utilidades,
adoptaron poco a poco como propia. Y conviene señalar aquí, para aviso de
mareantes y tontos del ciruelo, que esa elección fue por completo voluntaria,
en un proceso de absoluta naturalidad histórica; por simples razones de
mercado…”
Aunque Pérez Reverte
advierte de que “ni siquiera en el siglo
XVII, con los intentos de unidad del ministro Olivares, hubo imposición del
castellano” (4) lo cierto es que, en su Memorial Secreto, el Conde-Duque
propone al rey uniformizar leyes e instituciones de los “Reinos, Estados y Señoríos” (sic) que componían la monarquía
hispánica instándole a “reducir estos
reinos de que se compone España al
estilo y leyes de Castilla”. “Multa
regna, sed una lex” (muchos reinos,
pero una ley) era el lema “olivaresiano”, lo que llevó al insigne historiador
Elliott (6) a escribir que “no pueden existir dudas con respecto a que
aquella “lex” había de ser inevitablemente la ley de Castilla… de hecho la castellanización
solicitada desde hacía tiempo por algunos sectores influyentes, iba a ser ahora
la política oficial del rey de España”. (7)
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Sin embargo, como suele suceder con las imposiciones
necias, ¿verdad?, tales mandatos debieron chocar con la resistencia de los catalanes pues 50 años después, seguía
siendo “todavía” el castellano lengua desconocida por el 90% de la población
catalana, por lo que su hijo, Carlos III, el de “ahí está, mírala, la Puerta de Alcalá”, tuvo que promulgar una real
orden que prohibía terminantemente el uso del catalán en cualquier ámbito
académico, e incluso en las conversaciones cotidianas, ordenando que “en todo el reino se actúe y se enseñe en
lengua castellana”.
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La castellanización, sin
embargo, amigo, debía seguir sin enamorar ni someter al personal pues en el
reinado de Carlos IV se ha de insistir, de nuevo, ordenando que “En ningún Teatro de España se podrán
representar, cantar ni baylar piezas que no sea en idioma castellano” o, en otro ejemplo de la persistencia de los
idiomas propios del lugar, encontramos los Estatutos del Seminario de Huesca en
los que se prohibía “dentro del colegio
hablar otra lengua que la castellana y al que hiciere lo contrario le
mortificará el primero con algunas penitencias a su arbitrio” con lo que
quedaba proscrito el aragonés para mayor honra y gloria de los que años después
acuñarían la majadería del lapao.
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La “naturalidad histórica” de la “adopción
voluntaria” debía seguir triste del ala entrado ya el siglo XX pues con
Alfonso XII “reinando”, vista la frustración del intento, se pasa ahora a la
represión al cual efecto se dicta un Decreto de 1902 en que se dice que “los maestros y maestras de Instrucción
Primaria que enseñasen a sus discípulos la Doctrina Cristiana u otra cualquiera
materia en un idioma o dialecto que no se la lengua castellana serán castigados
por primera vez con amonestación… y si reincidieren serán separados del Magisterio
oficial, perdiendo cuantos derechos les reconoce la Ley”.
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Te aseguro, mi buen amigo,
que podría prolongar ad nauseam esta relación de imposiciones y de
prohibiciones, pero, en fin, a la vista
de lo visto, juzga tú mismo si no es correcto, históricamente hablando,
mantener que el castellano es una lengua de imposición. Que se ha impuesto o pretendido imponer desde
hace siglos en todos los “reinos” de esta España que es por historia y por
voluntad de los pueblos que la componen un Estado plurinacional y
plurilingüístico, pese a quien pese.
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Ahí lo dejo. Me gustaría
hablarte de la inmersión lingüística y de la campaña que, bajo el lema “No em canviïs la llengua” (no me cambies
la lengua) han iniciado ciudadanos extranjeros que viven en Catalunya
pidiendo(nos) que les hablemos en catalán (12), pero ya he desbordado los
límites recomendables de una carta. Solamente te pido que cuando oigas a
alguien decir que el castellano está perseguido en Catalunya y/o que el uso de
la cervantina lengua no se ha impuesto nunca en Catalunya y/o que el catalán no
ha sido nunca prohibido en el Principado, le digas, amablemente, que está equivocado,
que le han engañado y si, además de ver la tele suele leer, le facilites una
fotocopia de esta carta aunque si le regalas un ejemplar del libro le harás un
gran favor.